Puede parecer paradójico pero la mayoría de los diseños de reactores nucleares que existen precisan del suministro de electricidad externo que mantenga en funcionamiento la sala de control y las grandes bombas hidráulicas que hacen circular el agua con la que se extrae el calor que genera el reactor. Y, aunque en funcionamiento normal se utilice la electricidad generada por el propio reactor, cuando este se apaga, es imprescindible el suministro externo.
En Fukushima, el mayor terremoto registrado nunca en Japón (y el cuarto más violento en el mundo desde que se tienen registros con sistemas modernos a partir de 1900) causó la destrucción de las líneas eléctricas de la zona el 11 de marzo de 2011. La central de Fukushima se quedó sin alimentación eléctrica externa y los reactores nucleares se apagaron automáticamente, en cumplimiento del protocolo de seguridad para terremotos.
Apagar un reactor nuclear significa detener la reacción en cadena de fisión nuclear del combustible pero, al contrario que un fuego de gas o carbón, es imposible reducir a cero en poco tiempo la producción de calor en el reactor, ya que los productos de la fisión nuclear generados en el reactor son altamente radiactivos y siguen generando calor días después de su apagado, hasta el 7% del calor del reactor encendido.